su sueño aqui.

por favor no incluír ilusiones, delirios o flashes. se agradece ser fiel a la idea de publicar solamente sueños venidos del mundo que se visita a la hora de dormir, inclusive en siestas y cabeceos de colectivo.

vale tanto un lenguaje florido, como uno minimalista, poético, coloquial o documental, balbuceado, ininteligible, escrito, dibujado o sonoro, brevísimo o novelado, minucioso o a grosso modo.

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16.12.11

Las Joyas de la Jirafa


El incendio en el zoológico fue rápido y la evacuación tuvo características insólitas. En plena avenida Santa Fe arriaban a las cebras y acorralaban rinocerontes. El desorden se volvió caos; las estampidas, revoloteos, gruñidos y bramidos llenaron las calles de Plaza Italia con la benévola ferocidad de los salvajes domesticados. En las horas que duró el encierro de las bestias se vallaron todos los accesos y solo nosotros, los vecinos con vista al parque, pudimos ver a plena luz del día la voracidad de las llamas.
El predio quedó desolado y humeante, aquí y allá cadáveres, sombrillas retorcidas, cuero chamuscado. Para desocupar las calles antes del anochecer tuvieron que recurrir a cualquier espacio disponible y así se derivaron los ciervos y vicuñas al botánico, chimpancés a la comisaría y grandes felinos a un templo judío vecino. Los
jardines traseros de los edificios cercanos se usaron como corrales también, los guardias repartieron animales en el barrio mientras conseguían un alojamiento permanente.
Nuestro jardín recibió a una jirafa y siete pavos reales.
A los niños nos permitieron ver a través de la puerta de rejas cerrada a nuestros huéspedes. Desde ahí pude ver las patas de la jirafa que caminaba intranquila de un lado a otro, aunque el ángulo tan cerrado del panorama desde esa pequeña puerta no me permitía ver mas allá de su lomo, era una visión maravillosa, sus patas como zancos infinitos y el cuerpo manchado y sucio que debía estar rozando los balcones del primer piso. Exaltados los pavos esquivaban las afiladas extremidades gritando como espectros, abriendo en abanico su plumaje.
El paso de la jirafa fue deteniéndose y al llegar a una esquina del jardín el movimiento cesó, los pavos la miraron con cautela y el jardín quedó en silencio.
Se sacudió el hollín violentamente y su cuerpo reverberó unos instantes. Luego, con toda naturalidad desenroscó una mano que descansaba sobre su pecho y la bajó contra un costado del cuerpo como desperezándose. Esa mano casi humana en su forma y tamaño, cubierta de pelo y repitiendo el diseño de su cuerpo, se balanceó un instante y al estirarse dejó ver anillos de diamantes, oro y esmeraldas.
Un instante después la otra mano, con idéntica actitud y forma, se paseó por el anca con suavidad y terminó con un vaivén despreocupado por las costillas a contrapelo.
Me incliné y apoyé la cara en el piso pero ni aún así pude ver la cabeza de la jirafa; el marco de la puerta escondía ese misterioso gesto, pero incluso sin poder verla estaba segura que se estaba riendo.

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