Paisaje nevado. Un hombre rubio, alto y corpulento —¿acaso Dan, el animal?— está conmigo. Sospecho que es un asesino. Estamos junto a su casa. De un alerón, un techito, comienza a gotear sangre. Imagino que el piso de arriba está sembrado de cadáveres. Miro a mi compañero. Como toda explicación, me dice:
—La nieve se está derritiendo.