Muertos sin huesos pasan por debajo de las puertas para cortar mechones de cabello a la gente que duerme. Parecen secos como las cabezas reducidas de los jíbaros. Un muñeco de peluche siniestro pasa a los pies de mi cama conduciendo una pequeña cama como si fuese un automóvil. Descubre que lo estoy mirando y me grita: «¡Drune!».
26.10.24
19.10.24
Gente del templo
Camino por las calles de un barrio. Paso junto a un edificio con aspecto de templo. En la puerta, hay esculturas que parecen de la India o de Extremo Oriente. Una estatua sujeta un puñal, o un revólver. Tomo el objeto y una figura, que hasta ahora parecía otra estatua, me habla. Interpreto que me dice que deje el objeto donde estaba. Así lo hago. De hecho, es lo que iba a hacer antes de que la figura me hablara.
Sigo avanzando y me aborda un hombre con una especie de kimono, u otro tipo de vestido oriental, blanco y negro. Posa su mano en mi espalda y, viendo que se acerca gente por la vereda de enfrente, sonríe y me invita por señas a saludarlos y a imitar otros gestos que él hace. Nos rodean otros hombres vestidos como él y mujeres con vestido similar, pero rojo y blanco. Me hacen pensar en las figuras de la baraja inglesa. Hacen una suerte de coreografía, hecha de saludos y ademanes ampulosos, dirigidos siempre hacia la gente que transita por la vereda de enfrente. El primer hombre no ha quitado su mano de mi espalda y, de pronto, me doy cuenta de que tanto él como sus compañeros y compañeras, con sus movimientos, están intentando introducirme en el edificio.
«Yo no voy a entrar ahí», digo, deteniéndome en seco.
«No entiendo», dice el hombre, sin quitar su mano de mi espalda ni dejar de sonreír.
«Yo sí entiendo», respondo, y comienzo a repartir golpes a diestra y siniestra.
Los sigo golpeando aun despierto.